LOS AMO
Amo a los tartamudos porque yo soy uno de ellos y, ya sabe, hay que ser solidarios con el gremio. Porque me gusta repetir palabras bonitas. Porque mi problema me ha permitido conocer a homeópatas, hipnólogos, psicólogos, musicólogos, masajistas, acupunturistas, logopedas y demás familia de “remediólogos”. Porque me pasé varios meses metiéndome todos los días a oscuras en una especie de caja de madera porque decían que eso iba a ayudar a mi respiración y ahora me parece muy chistoso. Porque me río de mi mismo hasta en las conversaciones por teléfono: “oye, se te escucha entrecortado”, dicen a veces los amigos cuando hay mala cobertura; “es que soy tartamudo, hijo de puta”, les contesto. Porque he hecho correr el rumor de que los tartamudos somos multiorgásmicos y me divierto mucho con las reacciones –y no seré yo quien lo corrobore o lo desmienta–. Porque gracias a mi tartamudeo he podido descubrir que mi lengua es muy traviesa, lo que a efectos prácticos tiene muchas utilidades. Porque en el mundo de los “mal hablados”, claro está, el “tartaja” es el rey.
Amo a los tartamudos porque yo soy uno de ellos y, ya sabe, hay que ser solidarios con el gremio. Porque me gusta repetir palabras bonitas. Porque mi problema me ha permitido conocer a homeópatas, hipnólogos, psicólogos, musicólogos, masajistas, acupunturistas, logopedas y demás familia de “remediólogos”. Porque me pasé varios meses metiéndome todos los días a oscuras en una especie de caja de madera porque decían que eso iba a ayudar a mi respiración y ahora me parece muy chistoso. Porque me río de mi mismo hasta en las conversaciones por teléfono: “oye, se te escucha entrecortado”, dicen a veces los amigos cuando hay mala cobertura; “es que soy tartamudo, hijo de puta”, les contesto. Porque he hecho correr el rumor de que los tartamudos somos multiorgásmicos y me divierto mucho con las reacciones –y no seré yo quien lo corrobore o lo desmienta–. Porque gracias a mi tartamudeo he podido descubrir que mi lengua es muy traviesa, lo que a efectos prácticos tiene muchas utilidades. Porque en el mundo de los “mal hablados”, claro está, el “tartaja” es el rey.
Odio a los tartamudos como yo porque se nos repite hasta la sopa. Odios a aquellos que buscan dar pena para sentirse mejor con ellos mismos. Odio a los tartamudos porque, según las últimas investigaciones, segregamos una sustancia de nuestro cuerpo en demasía, y ése es uno de los orígenes de nuestro problema –es decir, estamos como dopados todo el día–. Los odio porque son nerviosos por naturaleza. Odio la tartamudez cuando, por ella, me cofunden con un gringo –¡Carajo!, que soy tartamudo y no extranjero, y a mucha honra–. Odio a los tartamudos que se sumergen en sus silencios y no son capaces de dar la contra cuando no están de acuerdo con algo. Odio a los tartamudos porque cuando comenzamos a hablar tenemos la esperanza siempre de hacerlo de corrido –ubiquémonos, muchachos–. Los odio cuando me pongo a conversar con otros tartamudos, porque ellos son mi espejo y, de alguna manera, mi alter ego. Y es que realmente no soporto escuchar a otro tartamudo –con los ciegos yo sé que no pasa lo mismo, pero es que ellos no tienen que verse–.
Pedazo texto escrito por el periodista Álex Ayala Ugarte, extraído del blog Ayala chronicles S.A., donde hallareis escritos sobre temas diversos, visitarla, es buenesima. Gracias por el permiso Álex.