Había una vez un chico. Este chico no era feliz, tenía problemas para hablar fluidamente, era malo en deportes y tan sólo mediocre en los estudios. No era bueno en nada, un perdedor nato.
Durante prácticamente toda su escolaridad sus amables compañeros de clase le recordaban que tenía las cejas anchas, que era pálido como la leche pero sobre todo, y esto era lo más remarcable, que no hablaba bien. Cada nuevo año era un pequeño infierno para él, pues tan sólo cambiaban algunos chicos pero siempre había alguien que le insultase, ¿que más daba que fuese uno u otro?
Los profesores, no hacían nada, no ayudaban. Alguno decía: “Debe defenderse por sí mismo”. Esta idea pesaba sobre el muchacho como una gran losa, si se defendía verbalmente confirmaba precisamente lo que sus compañeros le decían: tartaja. Él se defendía, todos reían; gran impotencia sentía.
Únicamente quedaba la opción de la violencia física como método de defensa, y así lo hizo. Sorprendentemente, en inferioridad de número, obtuvo una victoria espartana, tal era su rabia que le otorgaba una fuerza inhumana para alguien de su edad.
Pero esta pequeña gran victoria se olvidó rápidamente, reanudaron los abusos; la fuerza de hércules no volvió a él, nunca más.
Obviamente un perdedor como él no fue atractivo para las chicas, que se reían de él como sus homólogos varones. Pidió salir a una chica con un papel escrito, no fiándose de su lengua esquiva. Ella lo rechazó, ¿acaso es esto sorprendente? No de un modo escueto y benigno, no le bastó con escribir un simple “No”, en vez de eso escribió furiosamente un ejécito de “noes” sobre el papel y el chico lo sintió mucho.
No tuvo un amor que le diera alegría de vivir, y en secreto maldecía a las parejas felices que veía, poseían lo que él no tenía.
El fuelle que avivaba el fuego de su vida no fueron las chicas, tan crueles como los chicos, habría de ser la literatura. Oh, maravillosos libros que no insultaban ni le señalaban con el dedo, ellos sólo tenían cosas interesantes que contar, y lo enaltecían, por un momento lo convertían en caballero de la edad media, refulgente armadura; en otro era un vampiro, increíblemente seductor e hipnótico.
Eran reconfortantes, le devolvían las ganas de vivir.
Pero aquello no era real, y tratando de exorcizar su desasosiego dibujaba y dibujaba. En el arte pictórico encontraba la vía de escape a sus sentimientos pues nadie escuchaba. El dibujo también demostró ser útil: le evitaba palizas y recriminaciones de los compañeros de clase, por lo que entregaba algunos de sus tesoros a los cerdos.
En secundaria sin embargo los dibujos perdieron tal utilidad, y los chicos se volvieron aún más crueles si cabe. El chico de nuestra historia llegaba a defenderse en ocasiones, lo que le llevaba a ser expulsado de clase junto a su torturador ¡horror! Llegó a desconfiar más que nunca del profesorado que le ponía en el mismo saco que aquella escoria. Así fue perdiendo algunas clases, hasta que llegó un momento que aceptó estoicamente el abuso, daba igual que expulsaran a uno o dos pues los demás estaban felices de continuar la labor del instigador. Y nunca expulsaban a todos.
Él se sentía tremendamente solo, nadie quería ser amigo de un patético tartamudo, menos aún quería una chica ser su novia.
Se hacino dentro de sí para proteger su cordura, para protegerse de ellos.
Mientras tanto dibujaba, ahora además escribía, más incluso que lo primero. Hacía historias truculentas de horror, muerte y monstruos, haciéndolo se liberaba de sus propios demonios interiores.
El arte no fue escape suficiente y llegó un momento en que incluso leer los ejercicios que mandaban los profesores le era dificultoso, se atragantaban las palabras. Leyendo dónde antes no titubeaba, infamia.
Seguía siendo un patoso, las horas de Educación física eran las peores donde se convertía en bufón de todos, el profesor pensaba que era retrasado; su coordinación era realmente mala.
Retrasado o no, obtuvo el graduado escolar, algo que dudaba conseguir. Lo consiguió pese a haber suspendido matemáticas al final (los números eran el gran misterio); fue considerado “apto” para promocionar y promocionó.
En bachillerato no había matones, casi todos los compañeros eran chicas: buenas estudiantes, con novios, amigas entre sí...todo de lo que él estaba falto.
Pasó con gran dificultad a segundo hizo algún amigo incluso. Esta vez no hubo más que algún incidente molesto aislado, no abusos reiterados. Paz grande, descanso al fin.
A pesar de todo, estaba roto. Trató de enrolarse en el teatro pero por su tartamudez le rebajaban a papeles cada vez menos importantes, captó la idea y lo dejó.
Ni siquiera se atrevió a leer uno de sus relatos ante unos pocos chicos y un jurado, cuando ganó un concurso literario del instituto.
Bachillerato resultaba muy difícil, y agobiado terminó abandonando.
Ahora intenta de nuevo sacárselo en una modalidad diferente, el chico convertido ya en adulto joven sigue encontrándose terriblemente solo. Y en su soledad, se pregunta si alguna vez logrará un triunfo notorio, si no sobresalir en un talento llegar a ser especial para alguien, ¿quizás tener un poco de amor?
Epílogo
Hace dos años que escribí esto, para mi sorpresa he llegado a la universidad; a pesar de la desmotivación, de la desidia, que llegué a expirementar durante, practicamente, toda mi vida académica.
Respecto al amor...no me he comido muchas roscas para la edad que tengo, para qué engañarnos. Y en estos dos años no me he convertido en Casanova, aunque algún "rollo", por breves que éstos hayan sido, he llegado a tener, ya he descubierto que ni soy un apestado ni un leproso, lo cual para mí ha significado mucho.
Es curioso pero creo que debido a la tartamudez llegué a la conclusión de que como no podía llegar al nivel a los no tartamudos en fluidez debía de hablar de forma más culta, correcta, educada... como una forma de compensar. En este día puedo decir que seguramente nunca llegue a dejar de ser tartamudo pero no puedo negar que he mejorado mucho en mi fluidez verbal (con un horroroso esfuerzo y desmoralizantes retrocesos). Y que, me atrevo a decirlo: hablo mejor que muchos no tartamudos.
Un fuerte abrazo para todos los lectores del blog "Justicia social para la tartamudez".
Texto enviado por Daniel, si me quieres enviar alguna historia personal recuerda, justiciasocialtartamudez@yahoo.es